martes, 15 de abril de 2008

TRATADO DE ANATOMÍA 1

Bueno os presento una poesía que expresa muy bien mis relaciones y mi manera de sentir el sexo cuando estaba en las primeras fases de mi salida del armario...



TRATADO DE ANATOMÍA 1


Si fuera profesora de anatomía, no me limitaría a impartir mis clases mediante el clásico método de abrir un libro por la página que toque y decir:

“Hoy toca la mano”.

Porque
Si fuera alumna de la clase de
Anatomía
En primavera
Aún adolescente
Y de sangre hirviente

Sólo pensaría:

“Las manos siempre tocan
De hecho saben tocar muchas cosas
Y de muy diferentes maneras.”

Volviendo a la profesora
De anatomía
No abriría un libro y diría:

“Esto es una mano
llena de falanges”.

Diría algo más como:

“Éstas son tus manos
formadas de crueles dedos
cumplidores de deseos:”

Tampoco sería un:

“Esto es la boca
que consta de labios, dientes y lengua.”

“Esto otro, las trompas de Eustaquio
que no deben confundirse nunca con las de Falopio”


mi explicación sería algo así:

“Y tu boca
suave remanso desde el cual
las palabras vuelan a mi oído
cuando no se equivocan
y viajan hacia otras
partes de mi cuerpo”.

Sería una explicación mucho más
Interesante
Pero pobres pacientes la cara que se les quedaría cuando su médico les pidiera
que “abrieran
el suave remanso de su boca” para observarles las anginas.
Luego añadí este trozo, que está inspirados en hechos reales, jaja, pero sólo la parte en la que tengo que ir al médico por una alergia en la piel y aparece una médica nueva que estaba tremendísima...
TRATADO DE ANATOMÍA 2


Estaba yo más que dolorida, molesta, por una extraña erección.
Sí, digo bien: erección. Que es muy extraño teniendo
En cuenta mi condición de fémina
Pero era una erección
Cutánea
Eso sí.

Mi piel
La de todo el cuerpo.
Estaba roja, henchida
Y acalorada.
Era como si la sangre
Se revolviera sin orden
Ni concierto.
Y me fui al médico
Con todo mi cuerpo en erección.

Cuando entré en la consulta y se lo consulté a la médica, que era nueva, me dijo ocho palabras exactamente que provocaron en mí por segunda y consecutiva vez en mi vida otra erección.
Las palabras eran:

“Quítese la ropa y túmbese en la camilla”.

La segunda erección se producía en una de las partes de mi cuerpo que hacía mucho tiempo que no se manifestaban.

Mis cejas.

Y allí estaba yo, desnuda, ante una extraña, colorada por completo. Aunque no de vergüenza, con mi cuerpo en ebullición y mis cejas levantadas.

Vamos, en erección completamente.

La explicación sobre las causas que produjeron mi segunda erección se basaban en un pensamiento que me subyugó:

“Es la primera vez que me dicen algo así.”

Y suspiré:

“qué se le iba a hacer. Alguna vez tendría que ser la primera, aunque no me la esperaba así, la verdad”.

Primero me palpó un brazo:

“¿Tienes picores?”

Mi boca procedió a responder negativamente aunque mi mente tenía otra respuesta hacía ya mucho tiempo:

“No, la piel no me pica
pero, a veces, en los ojos
me entran picores, como si se quedaran
secos y, de repente,
siento una gran necesidad de rascármelos
por dentro, pero no puedo
y entonces,
lloro”.

Luego procedió como ella misma dijo a reconocer mi abdomen.
Y digo yo, si reconocer significa volver a conocer lo ya conocido
¿Cómo lo iba a hacer con el mío, si era la primera vez que lo veía y tocaba?

Silencio.


Procedió a aplicar el método preestablecido, apoyó una mano sobre la otra y presionó con los dedos, cada dos centímetros preguntaba:

“¿Te duele?”

Y yo negaba con la cabeza, aunque ésta ya estaba dando, en silencio, como es su costumbre, una respuesta alternativa:

“Ahí no me duele
pero más arriba
sobre el pecho izquierdo
a veces siento como una presión
y unos ruiditos, un tan-tan
como si algo quisiera salir corriendo
de allí, algo que no tiene voz
pero que quiere gritar”.

Más tarde le tocaron, mejor dicho, tocó mis rodillas, muslos y nalgas.

A la altura de las últimas me apetecía decirle que me sujetara el dedo gordo del pie derecho que tirara de él.

Pero no sabía bien a cuento de qué provenía aquel antojo y no podía pedírselo porque precisamente aquel dedo era la única parte de mi cuerpo eue no sufría de la erección, ni estaba enrojecida.
Cuando acabó con mis piernas, se quitó los guantes de látex,
(atención al simbolismo que encierran esos guantes)
y los tiró a la basura, en un movimiento lento, descendente y ya acostumbrado.
Y me dejó allí, durante unos segundos, tumbada, desnuda e interrogante, mientras escribía algo en un papel.

Me vestí o mejor dicho, revestí, un poco confundida y con la erección a pleno rendimiento.Y aquella médica nueva me extendió una receta:

“Es alergia”

Ésta vez sí que pregunté con la esperanza cumplida
De que no supiera responderme aunque mi mente ya trabajaba en la respuesta:

“Alergia a la vida,
miedo a tener que arriesgarme
a apostar cuando no siempre se gana
Alergia al sol
Miedo a que su calor me atrape.”

Observé los guantes eue descansaban sobre otro montoncito y me entraron ganas de recogerlos como prueba inequívoca de que aquel reconocimiento había existido. Pero la médica esperaba a que me fuera, para llamar a otro paciente y ponerse unos guantes nuevos. Así que me fui.

Luego se me ocurrió que si yo hubiera sido yo la médica y ella mi paciente, mi método no hubiera sido una buena alternativa a sus ocho concisas, simples, claras y llanas palabras:

“Quítese la ropa y túmbese en la camilla”

Hubiera sido todo silencioso,
La hubiera tumbado en la camilla
Entrelazando mi boca con la suya
Para que ni a su boca, ni a su mente
Le hubieran dado tiempo a esbozar ninguna
Opinión ni pensamiento sobre lo que estaba ocurriendo.

Le hubiera quitado la ropa, por no decir arrancado,
Aunque habría sido todo muy torpe
Conociendo y reconociendo
Mi poca experiencia en estas situaciones
Y la hubiera conocido y reconocido
No sólo con mis manos, sino
con todo mi cuerpo, que se hubiera rendido
Ante el sobrecogedor impulso de estudiar toda
Su anatomía.

Entonces, ella no habría venido a mí, ni yo sería médica. Y la erección cutánea, más que la causa sería el efecto y más que la enfermedad, sería la cura.

Finalmente entré en la farmacia compré y tomé lo que decía en su receta.
Y volví a mi casa, mientras sentía que la erección se aliviaba. Prometiéndome, como medida de prevención para mi salud,
que cambiaría de médica.
La verdad es que cuando no estás muy de acuerdo con tu orientación se piensan cosas muy raras...

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